Cuando hay un gran estreno de videojuegos, es normal querer que el título sea lo más pulido posible. Los bugs y errores pueden ser algo que arruine la experiencia de más de uno, y eso es algo que, precisamente, estos días se está viendo mucho con el estreno de Pokémon Escarlata y Púrpura. Con todo lo que eso pueda frustrar, especialmente teniendo en cuenta que es una superproducción de fama mundial, los hay que están disfrutando más del juego gracias a sus fallos, y creo que hay matices interesantes de explorar ahí.
Claro, si el juego que llevas esperando meses, o incluso años, sale en un estado completa o parcialmente injugable, me parece normal que te frustre, a mí también me pasaría, pero la obsesión que tenemos muchos por lo pulido, por lo perfecto, puede nublar nuestro juicio. Hay títulos que, precisamente por el hecho de no ser obras maestras hasta el milímetro, pueden llegar a ganar puntos sin estar bien hechos.
Lo primero que se me viene a la cabeza a la hora de hablar de esto es el peculiar Deadly Premonition. Creado como una especie de fusión entre el survival horror japonés y Twin Peaks, la mítica serie de David Lynch, es, tranquilamente, uno de los juegos “famosos” peor hechos que he visto en mucho tiempo. Aun así, esto es algo que destila carisma y hace que le tenga un cariño peculiar.
Malas animaciones, gameplay tosco y aburrido, y un sinfín de peros son algunas de las pegas que harían que otros juegos fuesen tratados de vergonzosos. Sin embargo, el título del peculiar SWERY65 se ha convertido en toda una obra de culto para los fans del horror y lo bizarro. ¿Por qué? ¿Estamos ante una doble vara para medir lo que nos gusta de manera distinta? Bueno, sí, y no me parece nada mal que sea así. Al menos personalmente, abstraerme de la supuesta calidad que he de exigirle a lo que juego, me permite disfrutar de títulos que tienen mucho corazón a los que, de otra manera, ni miraría.
Lejos de ser una preferencia personal aislada, hay una cultura detrás de los juegos malos. En Japón, los títulos más cutres tienen su propio nombre: Kusoge, una curiosa palabra nacida de la mezcla entre gemu (la adaptación al japonés de “game”) y kuso (mie*** en el idioma nipón). O sea, juego de mie***, y esto no es para nada despectivo. Los kusoges se ven como curiosidades a probar para ver qué tan malo puede ser un videojuego, pero sin venenosidad tras este acto. Es entender que algo estar mal hecho y, aun así, tener valor.
Con decirte que, además, existen los densetsu no kusoge, o lo que es lo mismo, “juegos de mie*** legendarios”, te puedes imaginar el extraño cariño que se tiene a este tipo de obras. Si quieres buscar ejemplos de kusoges legendarios, te recomiendo que le eches un vistazo al horrendo Cho Aniki, un clásico atemporal de los juegos horribles que siempre es divertido recomendar. El caso es que en esta vertiende se celebra lo cutre, lo imperfecto y lo incorrecto. Los defectos son virtudes para muchos, y apreciar la basura puede traer felicidad.
No todo tiene que ser tan radical como los kusoges, pero es sano rebajar expectativas injustas y poco realistas, no esperar que todo lo que probemos sea perfecto en todos los sentidos y simplemente mirar a estas obras con positividad y cariño. Puede que hasta encuentres más alegría para tu día en fallos de programación, animaciones horribles, dirección regulona o doblaje mal hecho.
Cabe destacar que esto no es una llamada a que las superproducciones millonarias hagan chapuzas y se vayan de rositas. Ver que empresas como Nintendo, Sony o Microsoft sacan juegos rotos de lanzamiento por no querer dar a sus desarrolladores el tiempo y los recursos que necesitan, mientras que pretenden obtener amplios márgenes de beneficios es algo que siempre consideraré reprobable. También me parece injusto y poco sano querer que todas las obras tengan las mismas exigencias, haciendo que no podamos disfrutar del todo de nuestro hobby favorito por ello.
En una industria obsesionada con la perfección, donde incluso el hecho de reutilizar animaciones perfectamente válidas en una secuela se critica, hay un público que se niega a buscar la fría excelencia por encima de todo. Creo que, en un hobby tan amplio, también debe haber hueco para disfrutar de esos títulos peor hechos, los que nos hacen reír o disfrutar con su excentricidad y su infructuosidad. Al final, lo más importante de todo medio de expresión es, sin lugar a duda, el alma, y esta se puede encontrar hasta en los rincones menos cuidados de las obras. A veces, especialmente en ellos.