La tecnología avanza a pasos agigantados. No es algo que os pille de nuevas, eso está claro, pero el mundo del PC hace cosa de 8 a 10 años no se parecía ni remotamente a lo que tenemos hoy en día. No obstante, echando la vista atrás como a mí me gusta —suele encandilarme vivir en el pasado, qué se le va a hacer— he recordado el interés que suscitó en mí el CrossFire de AMD y SLI de NVIDIA. Puede que a muchos os pille de nuevas, incluso aunque sepáis de qué estoy hablando, quizá su nombre técnico os sea extraño. Hubo una época, de la que quedan pequeños retazos incluso hoy en día, donde las dos grandes empresas de componentes para PC se encapricharon con una tecnología por la cual, supuestamente, al unir dos GPUs podríamos obtener un rendimiento enorme, capital, y claramente diferenciador.
¿Era algo a tener en cuenta? Nada más lejos de la realidad. La idea bajo ambas tecnologías era juntar dos GPUs bajo un puente de conexión —que se incluyó en todos los modelos de forma gratuita, al menos los que he tenido en mis manos— para doblar la potencia de renderizado. “Doblar la potencia”, suena importante, mastodóntico, ¿verdad? Pues lo cierto es que era una quimera, una vaga idea cuya base siempre me ha fascinado, pero que la realidad distó de ser buena.
Lo cierto es que si bien ésto se podía hacer sin un costo extra de dinero —más allá de invertir en otras GPU, algo que me reservo para más adelante— la memoria no se duplicaba, tampoco se compartía, y es que cada tarjeta gráfica necesitó duplicar los datos de forma individual de las secuencias sobre las que trabajaba. En otras palabras, no garantizaba el doble de rendimiento y tampoco cualquier equipo era apto para soportar ambas tecnologías.
De hecho, no era ni siquiera tarea única de NVIDIA o AMD, sino también de los desarrolladores de videojuegos. El SLI y CrossFire se convirtió en un estándar, sí, pero para aquellos que buscaban llevar sus PCs al máximo o crear auténticos monstruos con hasta 4 tarjetas gráficas conectadas; aunque no todos los juegos estaban diseñados para ello. Esto implicaba que los equipos de desarrollo tenían que invertir tiempo y, lo peor de todo, recursos, para construir el código del juego en base al futuro —no muy posible— uso del CrossFire o SLI. Seamos realistas, esto es una industria y si una compañía puede sacar mayor tajada invirtiendo menos, lo hará.
Claro está, un PC modesto no podía hacer frente a esta tecnología “del futuro” pues no solo teníamos que contar con una placa base con dos conexiones de 16 pines PCI-e 3.0 —el estándar de aquel entonces—, sino que la fuente de alimentación debía sustentar a dos GPUs funcionando al mismo tiempo. Poneos en situación, ¿invertiríais cerca de 2.000 euros en 4 GPUs por un rendimiento vagamente superior? No solo implica la inversión de las tarjetas, sino el resto de componentes debían estar parejos en potencia y capacidades. La respuesta, permitidme que la diga yo, es un rotundo no, incluso para aquellos que solo quisieran hacer uso de 2 tarjetas.
Ese desembolso de dinero es algo que hoy en día es mucho más asumible, pero hace cosa de 7 años, el usuario medio lo veía impensable; yo lo veía como algo impensable. Y es que, por si dudabais, yo me lancé a esa tecnología pensando en el futuro del gaming para PC. Una vez saqué mi tarjeta gráfica de la caja y vi el puente de conexión, investigué sobre cómo podía usarlo. Mi GPU era una R9 270x de AMD con una memoria VRAM de 2GB, un pequeño y no muy costoso aparato del que se reiría mi tarjeta gráfica actual. Funcioné con ella años, hasta que en 2016 quise evolucionar y mi idea era adquirir una GTX 1050 con tal de ponerla pareja a mi GPU de AMD.
Resulta que lo que planeaba era más imposible de lo que la tecnología podía hacer frente. El CrossFire y SLI necesitaban, de forma obligatoria, no solo que fueran modelos de la misma familia —algo que, perdonadme la pifia, no lo pensé mucho—, sino el mismo modelo exacto con la misma cantidad de memoria, y la misma velocidad. Si la potencia bruta de la GPU no se iba a ver duplicada y tenía que contar con dos modelos idénticos, ¿para qué servía? Me caí con todo el equipo. Mis ideas de convertir mi modesto PC en una bestia por poco presupuesto se escapó de mis dedos al tiempo que veía comparativas gráficas y de rendimiento con SLI o CrossFire habilitado sin percibir una mejora notable.
¿Qué pasó con la tecnología?
Lo cierto es que esto se creó no solo con la idea de construir auténticas bestias, sino reforzar aún más la idea del PC como la Master Race, un argumento que cogió muchísima fuerza a partir de la segunda década de este siglo. Incluso esto dividía a los jugadores de esta plataforma pues, reduciéndolo al extremo, esto era medir quien la tenía más grande. La configuración del PC, quiero decir. Con el tiempo, la diferencia entre usar 2 GPUs y solo 1 se fue reduciendo. La cosa era que las GPU habían evolucionado tanto que solo una de ellas era capaz de maravillas, por lo que no había razón para invertir dinero en ello.
Ahora, lo más cercano al SLI y CrossFire —que de hecho dejaron de recibir soporte a partir de DirectX 11— es el NVlink de NVIDIA. La idea es la misma pero incluye un desembolso. Ya no vais a encontrar esos puentes en las cajas de vuestra GPU, y ahora si queréis emular aquella época dorada de la Master Race más absurda tenéis que adquirir una RTX 3090 y, posteriormente, un puente NVLink a un precio de, aproximadamente, 100 euros. Así que sí, otra tecnología que no tuvo un buen recorrido.
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