El viernes pasado llegó, por fin, Return to Monkey Island. La nueva entrega de la popular saga de aventuras gráficas llegó 31 años después de la última entrega de su creador original y traía sobre sí una gran cantidad de esperanzas y expectativas que no deben de haber sido fáciles de cumplir.
Cuando uno de estos grandes clasicazos vuelve a la vida, siempre hay una mezcla de sentimientos que se dan entre los fans. Por un lado, la gente quiere tener su juego favorito de vuelta, los jugadores quieren Monkey Island; pero, por otro, también da un poco de miedo a que este renacimiento ya no sea relevante, a que la fórmula original (o incluso sus creadores) no sepan reinventarse y traigan algo derivativo, y hasta innecesario. Yo mismo he sido víctima de estos pensamientos y, tras haber terminado el nuevo Monkey Island, he de decir que la innovación y la revolución no lo son todo.
Return to Monkey Island es también, literalmente, The Return of Monkey Island, el regreso de una grandísima franquicia que marcó los primeros compases en el mundo del videojuego de muchísimos. Casi desde el primer minuto, Monkey Island se convirtió en el nombre estrella de las aventuras gráficas y ha sido una gran influencia para todos sus congéneres durante décadas.
Las aventuras gráficas, eso sí, tienen un “problema”. Cuando pensamos en otros tipos de videojuegos, como shooters en primera persona o los plataformas, siempre hay diferentes variantes que se nos vienen a la cabeza, pero con este tipo de títulos (aunque los haya distintos, como Dreamfall), nuestro imaginario está siempre poblado por el point & click, por los Monkey Islands, Broken Swords o Gabriel Knights, habiendo llevado a un gran estancamiento creativo.
Con Return to Monkey Island, una de las cosas que me preocupaba era precisamente esta. Casi 30 años después, volver con exactamente la misma cantinela era arriesgado, pero cambiar radicalmente las cosas también. Por un lado, sentir que el título no es más que un refrito podía hacerlo parecer innecesario y viejo, pero un giro brusco podría arrebatarle su esencia.
Al final, Ron Gilber y su equipo apostaron por lo primero, por reivindicar que la aventura gráfica clásica no está pasada, y que su estructura puede funcionar perfectamente en 2022. Monkey Island, ya sea en los 90 o en 2022 sigue siendo ella misma y teniendo los mismos pilares.
Tras haber acabado la nueva aventura gráfica de Ron Gilbert (devorándola en pocos días, he de decir), todas las dudas que tenía respecto a la dirección elegida disiparon, y pienso esta es la manera perfecta de traer un nuevo Monkey Island. Quitando un par de añadidos (sobre todo a nivel de accesibilidad, de lo que el título coge el testigo de Thimbleweed Park), Return to Monkey Island es virtualmente lo mismo de siempre. No innova, no se siente novedoso y, desde luego, no revoluciona. Y eso no solo está bien, sino que creo que juega muy a su favor.
Se suele hablar mucho de “¿Qué es lo que aporta X a la saga/al género?” cuando llega un nuevo título al medio, y opino que este enfoque es erróneo. Sí, lo idóneo es que un título tenga algo nuevo que traer a la mesa, un ángulo poco visto que pueda diferenciarlo de sus congéneres, pero al final (a no ser que sea un elemento muy revolucionario), eso sirve para que el destaque más de buenas a primeras, no para hacerlo mejor o más memorable a largo plazo. Evidentemente, se pueden crear títulos revolucionarios, pero que algo sea original y bueno no significa que vaya a ser mejor, a destacar o a tener una gran influencia.
Hacer más de lo mismo, siempre que eso mismo sea bueno y esté hecho con mesura no solo es válido, sino que puede llevarnos a tener una fórmula pulida y mejorada. Return to Monkey Island es la prueba viviente de ello, y no me cabe duda de que va a acabar siendo considerado como uno de los títulos cumbre de las aventuras gráficas. Sin intentar innovar donde no hacía falta, mientras que ha pulido los puntos fuertes de la franquicia, esta estrategia es la razón principal tras la buena recepción de la nueva aventura de Guybrush Threepwood.
Al final, esto no quiere decir que experimentar y buscar nuevas fronteras sea innecesario, ni mucho menos, sino que hacerlo simple y llanamente por el miedo a estancarse puede ser contraproducente. A veces, hilar sobre un terreno seguro es la mejor opción, y las revoluciones no deben ser siempre el único camino a seguir en el medio. Hoy, toca celebrar el espíritu de Monkey Island, que está más vivo que nunca gracias a esta entrega.
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